12/01/2008

TECNICAS DEL YO

En
la Psicología Transpersonal se utilizan distintas herramientas para
autoobservarse y llegar a establecer un buen vínculo con aquello
que se es. En términos de Jung (pionero de la Psicología del
Espíritu), podemos decir que se busca estimular el proceso de
individuación, que implica desplegar lo más profundo de sí, para
que se manifieste en todo su potencial. Esto implica llegar a ser
un individuo: alguien que no está dividido. En el lenguaje
coloquial también hacemos alusión a esta cualidad: respecto de
alguien excepcional, decimos que se trata de una persona íntegra, o
de una sola pieza.


Tal como lo señala la Filosofía Perenne, reuniendo las sabidurías
de distintos tiempos y culturas de la humanidad, somos esencia y
personalidad. Nuestra esencia es aquello que éramos aún antes de
nacer, nuestro self, el verdadero Sí Mismo. Nuestra personalidad,
en cambio, se adquiere en el roce con la vida: es, básicamente,
condicionamiento, como la programación de una máquina que rara vez
responde al impulso de aquella naturaleza esencial. Como dice Ken
Wilber, se produce la represión del Atman: eso Sagrado que nos
anima, que es una porción de la Vida, queda subyugado a la prisión
de una personalidad que no le permite expresarse. Esta fricción
interna es causa de mucho dolor psicológico, derivado de la
sensación de no ser fiel al Sí Mismo, de estar traicionando lo que
nuestro ser necesita expresar; otros tres aspectos en los que
solemos estar divididos son nuestros tres pisos básicos (intelecto,
emoción y cuerpo) dado que, con frecuencia, pensamos distinto de
cómo sentimos, y actuamos también en contradicción con
ello nuestras
distintas subpersonalidades están entre las escisiones internas más
evidentes, puesto que la personalidad humana está dividida en
distintos yoes, muy diferentes entre sí, cada uno con su necesidad,
con su impulso, con su dificultad: dentro de nosotros conviven
partes niñas y adultas, partes egoístas y generosas; partes
agresivas y compasivas... Es como una multitud de personajes
psicológicos, que muchas veces acaparan el escenario de nuestra
vida, sin el consentimiento de nuestra real naturaleza; también
como seres humanos estamos llamados a integrar dentro nuestro los
aspectos del sexo opuesto que anidan en lo íntimo de toda
estructura psíquica: lo femenino en el varón, lo masculino en la
mujer. En los vínculos de afecto tendemos a proyectar estos
arquetipos internos, tratando de integrar nuestro opuesto a través
de las relaciones de pareja. Sin embargo, esta integración, para
que sea plena, debería ser sobre todo intrapsíquica, no sólo
externa. Si interiormente estamos peleados con nuestras propias
partes masculinas (o
femeninas), difícil será que los vínculos extrapsíquicos sean
armónicos y satisfactorios. Tener dentro de sí estas partes en
pugna acarrean sensación de incompletud y dificultades relacionales
marcadamente detectables, un conflicto interno universal es el que
se establece entre nuestra persona y nuestra sombra, esas dos caras
de nuestra identidad psíquica. Ambos términos nacen también de la
Psicología Junguiana, haciendo alusión a una escisión fundamental.
La persona es la máscara social, aquellos de nuestros aspectos que
están a la vista, tanto para nosotros mismos como para los demás.
La sombra (inconsciente freudiano), en cambio, es el conjunto de
rasgos psicológicos reprimidos, que no están a la vista; aquéllas
partes de sí que rechazamos, que nos avergüenzan y que, por ende,
ocultamos tanto para con los demás como ante la propia apercepción.
Hacer conscientes los aspectos sombríos es un trabajo transformador
y profundo, que posibilita ir teniendo mayor contacto con la
realidad interna y externa, sin engañarnos con nuestras
proyecciones y trampas psicológicas. Esta lista podría seguir (lo
consciente y lo inconsciente, lo personal, prepersonal y
transpersonal, la razón y la intuición, etc.)

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