11/14/2008

TELEPSIQUIA Y COMUNIDAD

LA TELEPSIQUIA INDIVIDUAL Y EN LA COLECTIVIDAD

1, El agente telepsíquico en la trama del destino. La competición universal. La codicia de los efectos. El acto externo de las disposiciones habituales del hombre. Las aptitudes con avidez y la avidez con aptitudes. — 2. La telepsiquia y las finanzas. Dilección y energía apetente. Muros invisibles. Choques colectivos de las voluntades. — 3. El psiquismo y la materia social. — 4. Lucidez y optimismo. La aprensión inútil y la aprensión eficaz. — 5. Dictadura y adulación. Los caracteres dictatoriales y su empresa. — 6. El amor y la telepsiquia. — 7. Pasiones y sentimientos. Conclusión.

1

El agente telepsíquico en la trama del destino. -Como ya lo he declarado al principio de esta obra, el influjo psíquico es una subsecuencia inevitable de la actividad afectivay mental. Desde que se experimenta emoción, desde que se cesea, desde que se piensa, se iridian vibraciones que, ¿renovadas durante días, meses, años, contribuyen notoriamente a determinar muchas circunstancias. Las pasadas repercuten en el presente; las presentes repercutirán en el futuro. Algunas consideraciones precisarán lo que decimos.

Un colectivo se agita y se desvía. Cada uno de los sujetos desempeña una plaza, codicia con más o menos vigor y aptitudes aquello que sus predisposiciones le hacen considera:

como superiormente deseable. El sabio que busca el invento que hará de él un hombre famoso, el financiero que trata de conseguir aprovechables intereses, el político impaciente por ocupar el primer lugar del'Estado, el aspirante a quien irritan susrivales, el escritor que desea lograr laureles, en todos ellos es genérica la competencia. Lo que alguien persigue, también otros lo desean. Pero si las calificaciones, la actividad, los apoyos de cada competidor son otros tantos puntos en su juego, su pasión codiciosa es otro triunfo, y de importancia. El poder de este último aclara muchos éxitos y bastantes derrotas incomprensibles sin él.

En igualdad de saber, de habilidad, de trabajo y de proyecciones, tendrá siempre más ventajas la personalidad que tenga mayores ambiciones. Es'ta fuerza de deseo suple casi siempre, en amplia medida, las insuficiencias del valor intrínseco, con tal que se sepa controlar sus excesivos impulsos. Positivamente, es la misma y frenética codicia la que mueve a loa más hábiles abductores de oro y a los más osados piratas. En unos el sutil juicio guía el esfuerzo por entre los escollos; en otros se pierde el causalismo deficiente a través de las locas sugestiones de la efervescencia interna. Pero la misma energía impulsa a unos y otros en sus respectivos logros. Los que la rigen y la emiten en imágenes bien creadas, identifican sus efectos a sus intenciones; los que la sufren, imagínansela inoportuna, y sus resultados, siempre precarios, se mixtifican, de inseguridad.

En verdad, vale más carecer del impulso motor si el timón, frágil, falseado, no logra impedir que el buque se estrelle contra los arrecifes; pero también es cierto que la avidez, mucho más que el mérito, es la que se apropia de lo que quiere y lo obtiene.

Aparte de su estimulante, la convicción del poder, la que se tiene derecho, la de estar bien preparado influyen sobre todas las personas de quienes depende aquello a que se desea. Al revés, todas las restricciones que se conciben, que se admiten sobre el propio valer, repercuten en la percepción de otro.

Es por eso qué los modestos, los que preocupados por lo justo, los razonables antes que todo, no reciben tan siquiera la cuarta parte de lo que percibirían, a igualdad de condiciones, si sintieranmás apasionadamente — iba a decir ciegamente — el deseode lo que la injusticia de los hombres les niega.

Ese conjunto de sujetos elegidos, cultivados, laboriosos, mediocres, de los que el intelecto se desperdicia en los minuciosostrabajos de donde surge el avance de las ciencias, recibe en pago de sus esfuerzos una remuneración bien pobre. Puede decirse también que en el presupuesto nacional, la competencia se cotiza menos que la destreza, y es porque se trata de hombres cuyo vigor psíquico fue absorbido por una amplia cultura y en los cuales la facultad de obtención está desviada por las preocupaciones ideales.

Habrá quien diga que atribuyo a la acción telepsíquica el efecto de un exceso o de una falta de iniciativa reivindicadora. A lo que responderé que las más justas reivindicaciones obtienen sólo débiles éxitos porque la avidez de sus promotores no es intensiva.

2

La telepsiquia y las finanzas. — En la batalla de las finanzas, ¿quién es el que ve afluir las ofertas y demanda ventajosas? ¿Quién obtiene los concursos más satisfactorios? ¿Quién las ocasiones favorables? ¿El más activo? ¿El mejor calificado, profesionalmente hablando? De ningún modo. El elegido es siempre el que con más ardor o con más perseverancia evoca la riqueza o la supremacía. A éste se le ocurre ideas que los otros nunca sospecharán, y esto podría explicarse por los recursos internos de su psiquismo. Consigue también colaboradores industriales, técnicos diestros, proveedores formales, clientes de importancia. Que se atribuye el mérito a su labor puede aún sostenerse, sabiendo también que entre sus competidores hay personas inteligentes y activas que fracasan.

Pero todas esas valiosas casualidades que hacen decir de alguien: ¿notiene suerte», «Consigue éxitos como arte de magia», ¿no bastarían para comprobar mi tesis? Acaso se me objetará que todo el mundo desea tener éxito. Claro, pero no todos con el mismo ardor, con igual tenacidad psíquica. Todo el mundo siente hambre, pero entre el intermitente bosquejo de apetito del dispéptico y el vigoroso deseo de comer de un saludable mocetón, ¡qué diferencia!

Positivamente no faltan en ningún país latino — ni en otros que no lo son — seres tan delicadamente dotados para apreciar todas las posibilidades de la riqueza, que puede preguntarse cómo es que sus vibraciones psíquicas no imantan aquello que llenaría sus gustes. Pera dilección y ardor continuo del deseo son dos situaciones de ánimo muy distintas. Ideológicamente, deseamos gustosos todo lo que es agradable. No experimentamos la fuerza ese vehemente, vigoroso y tan continuo deseo que atrae, conquista y posee. Y si se piensa en la formidable cantidad de seres humanos lanzados al asalto de lo poco que la Tierra puede proporcionar, se da uno cuenta del atletismo anímico indispensable para lograr las grandes victorias. Por otra parte, poseer no es conservar. El heredero a quien las circunstancias han beneficiado con bienes considerables, viene a ser el centro de una continua conspiración donde figuran multiplicadas codicias que rodean la fortuna. No actúan solamente por las vías materiales. Sugieren invisiblemente la imprudencia, el error, el exceso, el vicio. Y su «te mental se acrecienta con las envidias, los celos, las animosidades que levanta toda riqueza. ¡Qué terrible cadena! ¡Y qué circunspecta y tremenda defensiva le precisa al rico! Si no ha recibido, con la herencia, una organización psíquica a medida de su importancia adquirida, pronto se verá despojado.

La aristocracia rusa, que tenía menos almas que vientres, dormía más que actuaba y consumía más bebidas alcohólicas que ideas, ha tenido que sufrir la ley de una docena de intelectuales apasionados. A la monarquía le fue sustraída la iniciativa al momento que dejó de pensar y de querer. Y si la burguesía actual, detentadora de los privilegios, se mantiene aún en vigor pese a sus imprudencias electorales, es porque tiene una suma de activos psiquismos mayor que el que reúnen sus contrarios. Que el total de los ardores realistas exceda alguna vez la de los partidarios a la república y ésta perecerá.

3

El psiquismo y la materia social. — La suerte del proletariado va mejorando pausadamente desde que terminado de considerar como socialmente necesarios los abusos con él cometidos. Todo iría más rápido si pensara en sus derechos con más ardor y cordinadamente. A causa de sus insuficiencias psíquicas, las democracias viven todavía bajo un yugo casi dictatorial. Incapaces de crear en imágenes exactas el orden deseable, incesantemente se dejan prender en el irrisorio engaño de la boleta de elección.

Todo cambiaría si la gente no se dejara llevar por una excesiva sumisión, sobre todo constituida de indolencia y la indifenrencia, entre dos guerras, entre dos sesiones legislativas, entre dos asambleas. Habría un cambio total si cada quien formulara internamente, pero de una manera inflexible, tres sugestiones bien completas: posibilidad de consumo proporcionalmente exacta a la importancia de la producción, organización castrense de los países substraída a los arbitros nacionales y confiada en cada Continente a un Colegio Internacional, y exigencia de una directa intervención de los electores para todo uso de los fondos públicos. Esta concentración espiritual actuaría con el mayor orden, porque la efervescencia impresiona directamente a aquellos que son objeto de ella. La irritación callada influye intensa y decisivamente: por otra parte es incoercible. Antagónicamente, las vociferaciones y las revueltas tumultuarias no conducen nunca a reformas superficiales y transitorias.

4

Lucidez y optimismo.—Los disgustos, los rencores y los odios no confesados pero vivaces —ya sean genéricos, ya sean individuales — operan verdaderos hechizos. Su paroxismo, la cólera, fulgura, truena y hiere, como el rayo. Cuando ha sido vigorosamente concentrada y largamente acumulada, la violencia desorganiza, deja estupefacto y mata.

No hay quien pueda envanecerse de ser inmune contra la permanente repercusión de las posibles rivalidades y antagonismos. Para defenderse, no es suficiente ignorarlas ni retarlas, más bien hay que densificar sus resistencias. ¿No se ha dicho que el que se envanece de su felicidad no ve a su puerta la inminente desgracia? A decir verdad, el optimismo no es protector sino espectador: de una posible adversidad y listo a reaccionar. Si ese optimismo presenta a veces el aspecto de una indolente suficiencia, es porque no se ve cuánto tiene de circunspecta combatividad. Y como ningún ser está exento de riesgos y cuanto más nítidamente se prevé mejor se evita, detiene o ataca, la vigilancia es metódica incluso fuera de toda consideración telepsíquica; pero, para el partidario de nuestras doctrinas, tiene Ja significación de un paladio, por de por si eficaz, ya que el considerar y el temer suscitan ideas defensivas, esto es, la facultad de rechazar el peligro.

Si es demasiado molesto sentirse abocado al fracaso o a alguna desgracia, conviene detener la noción de su posibilidad v conjurar ésta sin fatiga mediante una seria prohibición. Liegar al conocimiento de alguna cosa con la concepción de que no se puede evitar, equivale a aceptarla y, frecuentemente, a llamarla; en contra la aprensión suscitadora de una voluntad inperativa de separar el objeto es una defensa seria. £1 miedo, que a bastantes paraliza, a otros los alienta.

5

Dictadura y adulación. — Conocido es que los sujetos voluntariosos cuya mente, de ordinario dictatorial, engendra el servilismo, consiguen impresionar desde el primer momento a la mayoría de los que a ellos se acercan. Y puede verse también que esas naturalezas de sátrapas obtienen las mis asombrosas sumisiones. Una mentalidad de señor feudal improvisa siempre siervos. Una mentalidad aduladora atrae siempre su cabestro. También se ve cómo extraordinarias abnegaciones se desperdician en favor de sujetos perfectamente implacables, y exactamente porque lo son.

La característica de los fuertes psiquismos — no a los sutiles, no a los equitativos— es que están saturados de sí mismos y sobre todo de su punto cíe vista. Al discutir con ellos os desaniman a mantener vuestro parecer, porqué os dais cuenta muy bien lo desigual del enfrentamiento. Uno se dice: «He aquí un hombre, o una mujer, de carácter» y aunque con !a razón, se cede a su opinión. A tal fenómeno lo denomino una empresa telepsíquica y hago notar que tiene lugar, incluso si las relaciones son alejadas o los interesados no se han visto nunca.

Tales poderosos egotismos se pierden con frecuencia por su misma facilidad volitiva, que les incita más a exigir que a meditar. La potencia propulsiva de sus ideas es admirable, pero susimágenes mentales son insuficientemente deliberadas y, por lotanto inexactas. Obtienen mucho, pero nunca lo que les hubiera convenido precisamente. Por otra parte, un aspecto externo impresionante, una palabra clara, un imponente cortejo pierden rápidamente su prestigio si tras la fachada se oculta una moral benigna, apática o tímida. Conforme las reglas religiosas, actuar es, a lo que parece, rogar, cuando la tarea se efectúa de acuerdo a un ideal espiritual. Desde el punto de vista que nos ocupa, si el trabajo da lugar a una emisión psíquica condensada, ésta concurre vigorosamente a asegurar al trabajador lo que de su industria confía obtener. A veces sucede que de una empresa se espera un beneficio que a ella no proporcionará, pero de la cual el equivalente fracasa a causa de algún imprevisto, al parecer circunstancial. Amor y telepsiquia. — Intimamente ligada a todas las relaciones humanas, el influjo telepsíquico se manifiesta poderosamente en el amor. Los tres ardientes amantes Antinoo, Apolo y Hércules, aunque de muy diferente ardor amoroso, triunfan con. facilidad de otros enamorados puede, que más hermosos, con esa belleza que según un poeta, eclipsa a sus rivales como el Sol disipa las nubes. Bajo el anestésico efluvio del deseo masculino, las defensas femeninas flaquean y se abandona con frecuencia sin gran dilección, y a veces a despecho de precisas repugnancias.

Por otro lado, el grado de atracción de una mujer depende manifiestamente de factores imponderables que se distinguen tanto más cuanto que a menudo excluyen la belleza, la gracia y la distinción.

La afinidad amorosa escapa en su mayoría al examen puramente psicológico porque su explicación reside por completo en el exacto complementarismo de dos emisiones y de dos percipiencias psíquicas, del mismo modo que su debilitamiento su fin preceden de una recíproca y fatal saturación. ¡En tanto el idilio dura, los transportes telepáticos espontáneos, las lúcidas intuiciones, las premoniciones clarividentes atestiguan frecuntemente la relación entre los dos interesados. Y cuando llegan de parte de uno de ellos los primeros alejamientos, imaginarios o vividos, esos alejamientos extraen invisiblemente de las fibras del otro una dolorosa disonancia precursora de próxima ruptura.

7

La pasión y el sentimiento. — Si la pasión se separa de si misma bajo la acción corrosiva del tiempo, los sentimientos, al revés, ganan en influencia cuanto más duran. Teratológicamente es raro que la indiferencia resista demasiado tiempo al amor y que la antipatía no ceda algún día a la bondad. En todo caso, la benevolencia indulgente e inofensiva, en armonía con el psiquismo individual a las vibraciones de idéntica nattiraleza., constituye situaciones preciosamente abductoras. Sin embargo hay que tomar en cuenta que tal deseo, avidez o pasión sesatisfacen con sus complementos, caracterizados siempre por una pasividad moral cualquiera. Así, la debilidad sucita todos los abusos, en tanto que la firmeza los inhibe. Por eso la ingratitud es segura para las almas que son exesivamente benévolas.

De lo anterior podemos deducir algunas directrices prácticas cuya observancia equivale a usar continuamente, y sin emisiones especiales, la propiedad teleinfluyente de la mente.

Si todas nuestras actividades tienen una resonancia externa, es evidente que para recoger de ésta los efectos deseados es preciso aprender a dominar las propias impresiones, emociones, sentimientos e imaginación. Dominar se entiende aquí en una duple acepción cuantitativa y cualitativa, y tanto en el sentido de exaltar como en el de moderar.

Se logra llegar a sel el dueño del propio psiquismopor medio de un continuo esfuerzo, apoyado en una serie de preceptos que ya he definido en mi libro El poder de la Voluntad, los cuales no trataré aquí. De esos preceptos, que muchos especialistas han vulgarizado antes que yo, no se entiende generalmente toda su importante finalidad. Guiarla propiamente implica, sin embargo, la posibilidad de un máximo de acción sobre todo cuanto nos concierne. Sin hablar de esa serenidad interna que por sí sola asegura la posesión del propio yo, el sujeto más vulgar, desde que ha adquirido el hábito de liberar la orientación de su mente y mantener la convergencia, externiza una cantidad considerable de vibraciones auxiliares de su voluntad que afectan benéficamente a todos aquellos que tienen una relación cualquiera con lo que él desea. Se capacita para precisar en imágenes cuidadosamente creadas el conjunto y los pormenores de sus proyectos. Su energía psíquica, concentrada por efecto de los preceptos en cuestión, surge de ella misma vigorosamente a través de las imágenes que forma. Opera así un acto telepsíquico generalizado de donde se sigue esa imantación conocida con el nombre de «magnetismo personal». Determinadas personas — a quienes todo les resulta bien — la poseen inconscientemente gracias a felices disposiciones naturales, pero los más desheredados a tal respecto pueden lograrla actuando de acuerdo con un plan y con medida.

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